viernes, 5 de febrero de 2016

Pablo Iglesias y su ceño altivo


  • Al adelantar a los veteranos por la banda, la joven promesa no pudo contener una mirada altiva y condescendiente, que sus contrincantes y los seguidores de los mismos no pueden perdonarle.
  • Los expertos suelen minimizar las continuas humillaciones institucionales o personales de las que es objeto Podemos.
Tengo un compañero que es un barómetro muy representativo del análisis popular. Cuando hablé con él sobre la situación política tras las elecciones, su resumen fue:“No me negarás que Pablo Iglesias es un soberbio, ¿eh?”. Dijo soberbio pronunciando mucho la erre, de manera que el desprecio se acumulara en ese sonido. Las pruebas en las que basaba su argumentación eran la propuesta de gobierno con reparto de cargos sin avisar al PSOE y su negativa a considerar un pacto con Ciudadanos.

El golpe de efecto de la propuesta inicial de gobierno fue considerado por los analistas una estrategia impecable, una jugada magistral, un planteamiento tan de sentido común como inesperado que dejó noqueados al resto de participantes. Sin embargo, según esos mismos analistas, el golpe quedó desacreditado por el tonillo y la sonrisa autocomplaciente, intolerable en un recién llegado que está tratando con todo un aparato establecido. Al adelantar a los veteranos por la banda, la joven promesa no pudo contener una mirada altiva y condescendiente, que sus contrincantes y los seguidores de los mismos no pueden perdonarle.

Los gestos de Podemos son tan ingeniosos porque a menudo consisten simplemente en seguir las normas o utilizar las instituciones para su fin inicial. Llevábamos tanto tiempo asumiendo la perversión del sistema que cuando alguien lo utiliza para lo que era, los demás se quedan mirando boquiabiertos preguntándose cómo no se les había ocurrido antes. Sucedió cuando Pablo Iglesias le propuso al rey la formación de un gobierno en la ronda de consultas para formar gobierno, sucedió cuando la diversidad que existe en la sociedad quedó mágicamente reflejada en la cámara democrática que la representa, o cuando tras las elecciones Podemos se apresuró a presentar una ley de emergencia social entendiendo que el parlamento debe servir en primer lugar para promulgar leyes que protejan a los más vulnerables, o incluso cuando un senador rechazó la invitación de club de fútbol por considerarla un privilegio inaceptable para un servidor del pueblo.

Podemos es el niño que gritó aquello de “¡El rey está desnudo!”, y dejó al descubierto (además de la insoportable corrupción) el mundo paralelo en el que se movían los representantes del pueblo: los coches oficiales, los palcos en teatros y estadios, los entramados giratorios entre poderosos y lo que nos quede por ver, porque a juzgar por el pánico que se masca entre la clase dominante, de las vergüenzas del rey aún no hemos visto más que una pequeña punta emergente.

Pero volviendo a la manoseada arrogancia de Pablo Iglesias. Reputados analistas destacan una y otra vez este supuesto defecto (Miguel Ángel Aguilar se atreve a equipararlo con José María Aznar) que por una parte eclipsa cualquier virtud y que a su vez reduce el análisis de la estrategia del partido a la crítica de la personalidad del líder. Se considera imperdonable la propuesta de Pablo Iglesias al rey sin haberla comunicado previamente, o su negativa a pactar con el partido muleta del PP (partido que por otra parte ya se había negado a pactar con Podemos). Y se comprende que el PSOE se ponga digno y se cruce de brazos ante tamaña altanería. Sin embargo los expertos suelen minimizar las continuas humillaciones institucionales o personales de las que es objeto Podemos desde que llegó al Congreso de los Diputados: la presidencia de la cámara pactada entre PSOE, PP y Ciudadanos, la negación de cuatro grupos parlamentarios, el cambalache de senadores con Esquerra, la ubicación de los diputados, las burlas o críticas a su aspecto, o en la ronda de negociaciones de Pedro Sánchez, el hecho de dejar en último lugar la cita con Pablo Iglesias.

De los argumentarios oficiales se podría deducir que los desdenes de los señoritos se presuponen y se aceptan sin aspavientos, pero cuidadito con los subalternos: ponerse altivo e impertinente puede hacerles merecer cualquier desprecio.  No se dan cuenta de que al fraccionar la clase política en dos niveles, corren el riesgo de que el pueblo se identifique con la que más se le parezca.

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