domingo, 18 de enero de 2015

¿Y si no estuviéramos condenados a competir?

"En ese instante fue como si se encendiera una chispa en nuestros corazones, 
en nuestras almas: éramos humanos. Sé que aunque él no lo quería, mi sonrisa pasó a través de los barrotes y provocó otra sonrisa en sus labios."
Antoine de Saint-Exupéry. La sonrisa.

La competencia implica necesariamente un comportamiento egoísta, centrado en el propio beneficio. Directamente relacionado con el afán de lucro, pero además en contraposición con el bien ajeno. Para sus defensores hay varias premisas que hacen incuestionable este principio del capitalismo.
La primera es la tendencia natural al individualismo y al egoísmo y la negación de nuestra condición cooperativa y social. Pero cada día surgen estudios que muestran lo contrario. [1] En un programa de radio dedicado a la EBC, el escritor Bernardo Atxaga lo explicaba con “La historia de la niña que no podía comer”. En Atapuerca, estudiando al homo heidelbergensis (nuestros abuelos lejanos), descubrieron restos de una mujer de unos 14 años con un problema congénito que le impedía comer por sí misma. Sin la ayuda del grupo, sin el instinto de cooperación y de atención al más débil no hubiera podido alcanzar esa edad. El hombre que vivió hace más de medio millón de años ya tenía la tendencia a la cooperación y la ayuda mutua en sus genes.
La segunda premisa es que para que la economía fluya es necesario ese comportamiento que además de buscar un beneficio desmesurado necesita destruir competidores. Tras la caída del bloque soviético, pareció probado que sin el incentivo del dinero y la competencia, el sistema tiende a la inanición. Christian Felber dedica varias páginas a desmontar el principio de que “la competencia es el método más eficaz que conocemos” (en palabras del Nobel de Economía Friedrich August von Hayek) [2], tras buscar la justificación a esta hipótesis, concluye que “ninguno de los economistas coronados con el premio Nobel ha demostrado jamás que la competencia sea el mejor método que conocemos” [3].
Continuamente hablamos de trabajo en equipo. Educamos a los niños para la cooperación. Pero les calificamos individualmente y provocamos que se comparen entre ellos y por tanto que compitan. Por una parte intuimos que trabajar en equipo es más enriquecedor, más placentero y más ético, pero por otra aceptamos no tener más remedio que olvidar esa cooperación para superar a los compañeros. Paradójicamente en las empresas y en las escuelas se promueve el trabajo en equipo a la vez que la competitividad. En una misma empresa, en un departamento, en un aula se coopera. Fuera se compite. ¿Por qué? No solemos hacernos esta pregunta. Simplemente aceptamos que hay que competir.
El sistema de mercado está basado en superar al otro. En hacer relojes más baratos que la competencia y conseguir que ellos no vendan. Esto es así, pero podría ser de otra manera. Los relojeros de cada zona podrían fabricar tipos de relojes diferentes o especializarse en ciertas piezas. De hecho ya existe la economía colaborativa. Existe a pequeña escala en montones de ejemplos cotidianos donde los comerciantes de mercados y mercadillos se comportan como compañeros y no como competidores. Pero existe también como movimiento: la economía colaborativa es una corriente que ya está en marcha. La comunidad Ouishare , fue una de las pioneras en definir y abanderar la nueva filosofía económica, de producción, financiación y consumo. Su cofundador, Antonin Léonard, viaja por todo el mundo divulgando la buena nueva económica. Está convencido de que la teoría clásica del “homo economicus” es una falacia y de que está a punto de pasar a la historia. ’Creo que ahora estamos destruyendo un poco este modelo económico porque nos damos cuenta de que el ser humano no sólo se mueve por su propio interés, por el dinero, sino que tiene un montón de motivaciones más, que tienen que ver con el vínculo con otras personas, con la empatía, con el altruismo’.
Basándonos en la competencia desmedida justificamos cualquier comportamiento injusto o indigno
En tercer lugar se justifica la competencia, el superar a otros o hacer que otros pierdan, como el único modo efectivo de motivación. Es cierto que podemos motivarnos a través de la comparación, como en los juegos olímpicos o en cualquier competición. Pero al buscar el impulso en esta oposición al otro nos jugamos valores demasiado costosos. En los juegos esto no sucede. Mientras se está jugando se está interpretando un papel, cuando acaba el juego volvemos a ser los mismos, iguales a nuestro oponente. Si este comportamiento lo llevamos a la vida real, como hacemos con la competencia empresarial, los valores de respeto y dignidad se tambalean. Christian Felber habla de la motivación intrínseca [4], lo que llamamos vocación, o también la pasión artística o el altruismo que nada tienen que ver con la competencia. Si lo que nos mueve es algo que parte de nosotros mismos, el impulso es mucho mayor y más placentero. La propuesta en el libro de Christian es que desde niños enfoquemos nuestros esfuerzos a buscar esa motivación que nos diferencia y nos satisface. Así conseguiremos una economía próspera formada por ciudadanos felices.
Por supuesto que nuestra motivación puede conseguirse a través del dinero, así es como sucede en la sociedad actual. Y se mueven grandes pasiones a través de algo tan material. Ese es el gran monstruo a vencer. Igual que cuando hablábamos del afán de lucro frente al bien común. Otra vez son los sujetos económicos, las empresas, el ejemplo a seguir. Basándonos en la competencia desmedida justificamos cualquier comportamiento injusto o indigno. Los no empáticos, los manipuladores o los farsantes serán los más exitosos en este juego, los que manejarán los hilos del absurdo guiñol, y para completar el absurdo, serán primero aplaudidos y luego imitados por el devoto público.
Las personas, las comunidades autónomas o los municipios copiamos el reflejo de la competencia y aceptamos comportamientos agresivos y desleales con nuestros iguales. Si conseguimos que se ponga en valor la cooperación en lugar de la competencia, y que se deje de motivar a los individuos mediante el dinero o a través de hacer que otros pierdan lo que yo gano, si descubrimos que empresarios, mercaderes y alcaldes pueden prosperar siguiendo su instinto colaborativo, conseguiremos empezar el cambio de paradigma. En el caso de la Economía del Bien Común los municipios implicados ya se están comprometiendo a iniciar esa cooperación replicando las prácticas presentadas por otros.

sábado, 17 de enero de 2015

La competencia

"El ángel (anhelado por Rousseau) y el demonio (conjurado por Hobbes) están en nuestra naturaleza. Pero el responsable último de que el homo sapiens sapiens pueble hoy el planeta no es el superviviente sino el cooperante."
Juan Carlos Monedero. Curso urgente de política para gente decente.

Uno de los grandes pilares en los que se sustenta la economía de mercado es la competencia. A mediados del siglo XVIII, el considerado padre de la ciencia económica, Adam Smith basó gran parte de sus teorías en la existencia de una “mano invisible” que regulara el mercado. “No por la benevolencia del carnicero, del panadero o del cervecero contamos con nuestra cena, sino por su propio interés”. Smith consideraba que si cada individuo buscaba su propio interés, esa “mano invisible” regularía las fuerzas de unos y otros propiciando una competencia que por sí misma traería consecuencias positivas para la economía.
Esta visión de la oferta y la demanda, que aún sigue estudiándose en las facultades, ha servido para comprender gran parte de las reglas que rigen los mercados. Sin embargo a lo largo de los más de doscientos cincuenta años de andadura, este equilibrio de tela de araña tejido con la mano invisible, que se autocompensaba a través del propio interés de cada individuo, ha ido escorándose. Algunas de las piezas del juego, algunos de los nodos de la red, se han hipertrofiado hasta convertirse en empresas globales, en enormes bolas pesadas que tensan los hilos del mercado y llegan a romperlos, mientras que los trabajadores, los consumidores y las pequeñas empresas han menguando llegando a desaparecer de la delicada malla que propiciaba la armonía de fuerzas niveladas.
El propio Adam Smith alertaba de posibles peligros al hablar así de los empresarios: “la opinión de estas personas deben ser siempre considerada con la máxima precaución, y nunca debe ser adoptada sino después de una investigación prolongada y cuidadosa, desarrollada no solo con la atención más escrupulosa sino también con el máximo recelo, puesto que provendrá de una clase de hombres cuyos intereses no coinciden exactamente con los de la sociedad, que tienen generalmente un interés no solo de engañar sino incluso de oprimir a la comunidad y que de hecho la han engañado y oprimido en numerosas oportunidades.” (La riqueza de las naciones, 1776).
En un libro anterior: Teoría de los sentimientos morales, publicado originalmente en 1759, hablaba de su concepción de la naturaleza humana: “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla. Tal es el caso de la lástima o la compasión, la emoción que sentimos ante la desgracia ajena cuando la vemos o cuando nos la hacen concebir de forma muy vívida”.
En definitiva, hay que poner en su contexto las palabras de Adam Smith que explicaban las reglas económicas relacionándolas con el comportamiento humano y con sus facetas, reconociendo en el ser humano una parte egoísta y otra compasiva. Y considerando que nuestra propia naturaleza tiende a compensarnos.
Sin embargo, tal como señala Christian Felber “El libre mercado sería un mercado libre si todos los que participan activamente pudieran retirarse indemnes de cualquier transacción comercial”, si pudieran decidir, por ejemplo, dejar de trabajar o dejar de comprar comida y tuvieran siempre opciones diferentes e independientes entre sí. Este espejismo se ha desvanecido por la concentración y abuso de poder, por la formación de cárteles de competencia, por la deslocalización, en fin por la descompensación de fuerzas entre las diferentes piezas del juego.
Hay que poner en su contexto las palabras de Adam Smith que explicaban las reglas económicas relacionándolas con el comportamiento humano

En España, cuando el gobierno de José María Aznar liberalizó el suelo en 1998 (ley 6/1998), argumentaba que bastaba con aumentar la oferta para que el precio de la vivienda se regulara, y según las reglas indiscutibles de la oferta y la demanda caería por su propio peso. El resultado fue que entre 1997 y 2007 los precios casi se duplicaron, al tiempo que el parque inmobiliario crecía a ritmos del 5% anual.
Y si vamos al mercado global, vemos que las leyes que se citan como incuestionables en los libros, son desvirtuadas por la situación desigual de los actores participantes: algunos sujetos pueden moverse con soltura por todo el planeta, fabricar en Bangladesh y vender en Londres, mientras que otros se juegan la vida al atravesar la valla de Melilla que separa con sus infames cuchillas el mundo de los salarios míseros del de los consumidores insensibles.
Así llegamos a la paradoja de la competitividad: a los mercados menos desarrollados dentro del primer mundo nos toca competir con la producción de países “en desarrollo”. Si no abaratamos los precios, desprotegemos el medio ambiente y rebajamos los derechos, si no somos competitivos, nuestros productos no serán demandados, nuestros negocios tendrán que cerrar porque no podrán competir en precio con los productos fabricados en las peores condiciones humanas y medioambientales. Por otro lado si aceptamos el reto global, si abaratamos salarios y relajamos las leyes que impiden proteger derechos humanos y de la madre tierra, quizás podamos vender productos y servicios, pero a la vez nos convertiremos en trabajadores precarios, pobres y sin derechos, contaminaremos nuestros ríos, destruiremos bosques y nos condenaremos a vivir en una atmósfera cancerígena. Es decir, recorreremos el camino hacia el subdesarrollo que en los países del sur de Europa ya hemos iniciado.
Poco a poco la necesidad creciente de consumo y el paulatino agotamiento de los recursos va estrangulando la zona privilegiada. Nuestro destino está vinculado al planeta global, y la sensación es que estamos viviendo una tempestad silenciosa que arrastra nuestro barco hacia un remolino vertiginoso y mortal.
El camino ya conocido es el que está guiando los pasos de la nueva sociedad. Un inquietante ejemplo es el tratado de libre comercio e inversión que desde julio de 2013 están negociando el ATCI (TTIP en inglés). “Las empresas multinacionales y los que manejan los mercados financieros, quieren dar un paso más para dominar el mundo, suplantando a los gobiernos que, en principio, son elegidos democráticamente por la ciudadanía. El borrador actual del ATCI es simplemente espeluznante puesto que dictamina, entre otras barrabasadas, que una empresa pueda hacer pagar a cualquier estado indemnizaciones multimillonarias si las medidas que pueda tomar el gobierno de cualquier estado, sea del color que sea, daña los intereses de la empresa…Adiós Constitución, adiós estatutos de las comunidades autónomas, adiós edictos municipales…adiós a todo aquello “que suene” a decisiones tomadas por los que, en principio, han sido elegidos por lo que aún se llama “sufragio universal” en los países que aún se denominan democráticos. Esto es un atraco a mano armada…uno más, atraco que se está organizando sin informar, sin transparencia, sobre algo tan importante para nuestra vida futura, la de nuestros hijos…y la de nuestros nietos.” [1]
Parece que por este camino no vamos bien: o cambiamos el sistema o morimos con él; a pesar de ello no estamos virando el timón. Un taxista me explicó este fenómeno a través de la autovía y el miedo. Me decía que cuando se produce un atasco en la ciudad, como muchos conductores conocen calles adyacentes, la retención suele extenderse en horizontal, pero cuando se produce en una autovía la mayor parte de los automovilistas se quedan esperando pacientemente aunque sepan que se dirigen a un callejón sin salida. Son muy pocos los que se aventuran hacia carreteras extrañas. El miedo a lo desconocido es tan fuerte que nos paraliza.

viernes, 16 de enero de 2015

El máximo bien común

"El triunfo de un determinado enfoque
depende de la importancia que la sociedad,
y muy en particular sus núcleos hegemónicos de poder
otorguen a su representación de la realidad."
José Manuel Naredo. Raíces económicas del deterioro ecológico y social.

La buena noticia es que, como decíamos cuando hablábamos del “máximo beneficio”, sabiendo el diagnóstico sobre las gravísimas consecuencias de perseguir ciegamente máximo beneficio en el capitalismo, tenemos más probabilidades de acabar con la enfermedad: ¿Y si cambiamos el paradigma? ¿Y si conseguimos que las empresas sean valoradas por su aportación al bien común, al bienestar social, en lugar de por su cuenta de resultados? Si actualmente la sociedad está contagiada por esa búsqueda del máximo beneficio, debido a la admiración y respeto que despiertan las unidades que mueven la economía, ¿sería posible contagiar la búsqueda del bienestar social, del bien común?
En realidad, el resto de actividades y relaciones humanas no económicas, las relaciones de amistad, de familia, las relaciones entre compañeros, se basan en valores éticos, de justicia, de solidaridad, de respeto. De manera natural el individuo colectivo intuye que en las relaciones con los demás funciona mejor la cooperación, la generosidad, la solidaridad y la justicia que el egoísmo, la deslealtad o el abuso. Únicamente en las relaciones comerciales se aceptan los comportamientos contrarios a la ética, como si hubiera una carta blanca de comprensión que permitiera a los individuos económicos un comportamiento inaceptable para los humanos. Si pudiésemos cimentar las relaciones comerciales en las mismas bases en las que sabemos que deben asentarse las relaciones humanas ¿podríamos cambiar también el resto de comportamientos que se han desviado hacia la avaricia y la desmesura?
En este punto, es en el que los escépticos auguran el fracaso. La tesis de Hobbes (el hombre es un lobo para el hombre), tan arraigada en la sociedad actual nos hace pensar en la imposibilidad crear un universo económico que parta de relaciones bienintencionadas. Pero diferenciemos, no vamos a entrar aquí en la eterna discusión filosófica entre si el hombre es bueno por naturaleza o si, como en El señor de las moscas, los instintos nocivos son los predominantes en la sociedad. No es esa la discusión.
Lo que sí parece evidente es que esta economía premia los comportamientos no éticos. En el libro ¿Es usted un psicópata?, publicado a principios de 2012, su autor, Jon Ronson, descubre que algunas de las cualidades que definen la psicopatía, como no tener remordimientos, mentir de manera patológica, no sentir empatía o ser manipulador son también rasgos comunes en los líderes políticos y económicos. Y explica este fenómeno porque el sistema capitalista premia y aúpa a los individuos con estas inclinaciones a puestos relevantes. La clave está en cambiar esta tendencia. Si el sistema actual premia los comportamientos contrarios a la bondad, los no ecológicos, los no compasivos, lo hace porque el modelo de éxito es una cifra positiva en el balance financiero, que es más alta cuando los combatientes se comportan como autómatas deshabitados.
Esta economía premia los comportamientos no éticos
Bertolt Bretch decía que “el hombre nuevo no es más que el hombre viejo en situaciones nuevas”. Carlos Marx hablaba de “subvertir todas las relaciones sociales en las cuales el ser humano es un ser envilecido, humillado, abandonado, despreciable”. En contextos distintos nos comportamos de manera distinta. El ecologista y poeta Jorge Riechman lo suele explicar con una anécdota personal, cuenta en su blog que en el bar donde desayuna cada mañana, dependiendo de si le atiende el camarero que le devuelve las monedas en mano o el que se las pone en un platillo, él deja o no propina. El contexto nos cambia. En un pueblo donde todos dejan la puerta abierta nos volvemos confiados, y en el que cada casa se cierra con siete llaves, pondremos siete cerraduras.
La propuesta del bien común consiste en rediseñar el escenario para producir un cambio en las personas; a la vez que provocamos una transformación en las personas que desemboque en la renovación del ambiente; y que a su vez se extenderá en círculos concéntricos hacia un redecorado global. Para que esto sea posible la propuesta es empezar a actuar desde el entorno, por ejemplo desde los municipios.
El filósofo Jordi Pigem lo explica con la metáfora de los hemisferios cerebrales, dice que nuestra sociedad se comporta como si hubiera perdido el hemisferio derecho, que es el que nos permite disfrutar de la música, la empatía y el humor. A su vez los individuos más adaptados y exitosos se mimetizan con esta sociedad simplificada hipertrofiando su parte más robótica. La adaptación sería muy diferente si cambiásemos la sociedad.

El máximo beneficio

La ciencia económica no es una técnica de relaciones entre objetos
a base de variables cuantitativas, sino un estudio de decisiones humanas
 inspiradas en valores sociales y moldeadas por redes institucionales.

José Luis Sampedro


En el sistema económico capitalista el objetivo de las unidades económicas indiscutible es la obtención del máximo beneficio. El éxito de una empresa, una cooperativa o una multinacional se mide de manera inmediata a través del balance financiero, que cada año refleja en una sola cifra el beneficio o pérdida registrado.
En el libro La Economía del Bien Común, Christian Felber diagnosticaba que este era una de las grandes equivocaciones que nos ha llevado a confundir los fines con los medios. Las empresas fueron pensadas en su origen, según la teoría económica, para satisfacer necesidades. Aún se sigue definiendo economía como la ciencia que estudia la forma o medios de satisfacer necesidades humanas mediante la utilización de recursos escasos. Sin embargo el fin original ha ido perdiendo importancia en la evolución del capitalismo, hasta llegar a un punto en el que el medio para conseguir esa satisfacción (el resultado reflejado en el balance financiero) se ha convertido en el fin de toda actividad económica. El éxito de una empresa se mide con la cifra que refleja su cuenta de resultados.
Este principio incuestionable se ha llegado a extender más allá de las unidades económicas. Las empresas son consideradas el motor de la economía, son admiradas por la sociedad y mimadas por las instituciones. Se han convertido en el modelo a seguir, en el espejo en el que se miran el resto de actividades, instituciones, e incluso ciudadanos. Actualmente se admira y se pone como ejemplo a aquellos que consiguen mayores beneficios económicos, sin importar si para ello han explotado niñas en el tercer mundo o han talado bosques indonesios. Como mostraba Jonh Ronson en su libro ¿Es usted un psicópata?, hemos alzado a los psicópatas, a los tiranos, a los infames, a lo más alto, y ahora los tenemos moviendo los hilos de nuestro guiñol; pero además el público, contagiado y desnaturalizado, aplaude sus crímenes.
Hemos asumido que el fin de todo elemento económico es el máximo beneficio, por encima de todo, por encima de la dignidad de las personas, de la justicia, de la sostenibilidad ecológica. Además, como las empresas se han convertido en el ejemplo a imitar, sus principios los aplicamos a las personas. El fin de cualquier individuo es conseguir el máximo beneficio, comprar lo más barato posible aunque tenga que hacer kilómetros para conseguirlo, “yo no soy tonto” dice el eslogan de una tienda, el tonto es el que no consigue el máximo beneficio. Todos hemos presumido alguna vez de comprar una ganga.
El fin de algunas familias ha sido conseguir que su patrimonio, su propia casa, se revalorice. Y el de muchos trabajadores en época de bonanza fue incrementar el salario cambiando de empleo, o de residencia si fuera necesario, sin apenas valorar otras connotaciones. Hasta los niños asumen esta filosofía del máximo beneficio con facilidad, y les aplaudimos si negocian un incremento de su paga con alguna triquiñuela.
Los servicios públicos estatales o municipales, imbuidos en esta lógica se han acabado mercantilizando, recordemos que el primer ministro japonés, Taro Aso, responsable del área económica, llegó a pedir a los ancianos del país en enero de 2013 que "se den prisa en morir" para que el Estado no tenga que pagar su atención médica; Christine Lagarde, la presidenta del Fondo Monetario internacional pidió a España bajar las pensiones por “el riesgo de que la gente viva más de lo esperado”.
Los equipos de fútbol han evolucionada hacia la economía de mercado con el merchandising y la compra-venta de jugadores, de manera que las decisiones las marca más la cuenta de resultados que los aspectos deportivos.
Los criterios a la hora de atender la sanidad o la educación públicas, se justifican más por una supuesta rentabilidad que por la vocación de servir al pueblo.
Una vez consensuado el diagnóstico, el camino para reinventar la economía será un poco más fácil
Los municipios justifican sus políticas por la rentabilidad, externalizan o privatizan servicios o recalifican terrenos para incrementar las arcas municipales, no para facilitar la vida de sus ciudadanos.
Es decir, toda la sociedad está contaminada con la lógica empresarial. Cuando esta lógica llega a atentar contra la vida o la enfermedad, como en el caso del ministro japonés, puede escandalizarnos. Pero sólo porque traspasa una frontera que aún no hemos relajado, no porque el razonamiento subyacente nos parezca fallido.
Un caso que merece mención especial es el de las naciones. El objetivo de cualquier estado moderno, con el que se diseñan las estrategias políticas, es el incremento del PIB. A semejanza de las empresas, los países miden su éxito a través de un solo parámetro. Un parámetro cuyo contenido es la producción de bienes y servicios. Sólo aquellos gobiernos que consiguen incrementar cada año ese índice se consideran exitosos. Bajo este prisma, China o India son el modelo a seguir, con incrementos anuales cercanos al 7%.
El creador del PIB, el economista ruso-estadounidense Simon Kuznets, en su primer informe de 1934 sobre el tema, alertaba contra la tentación de utilizar el PIB como si fuese una medida válida de progreso, ignorando que es una simplificación excesiva de cosas complejas. Treinta años después decía "las metas de más crecimiento deberían especificar más crecimiento de qué y para qué"- [1].

Una vez identificado el principal origen del despropósito del sistema, una vez consensuado el diagnóstico, el camino para reinventar la economía será un poco más fácil.

miércoles, 14 de enero de 2015

La Economía del Bien Común y el cambio necesario





Una propuesta como la capitalista, según la cual la base de la conducta humana es solo el afán de lucro, está radicalmente equivocada. Lo que se muestra cada vez más, desde la biología evolutiva y desde las neurociencias, es que los seres humanos estamos biológicamente preparados para cuidar y para cooperar. 
 Adela Cortina, autora de ¿Para qué sirve realmente la ética? 

En 2011, tras la explosión colectiva que supuso el movimiento de los Indignados, el 15 de mayo, los ciudadanos españoles comenzaron a organizarse buscando formas de canalizar si ira, brotó la necesidad de conocer y comprender la situación y de buscar la senda para cambiarla. En este escenario, aparece un vídeo en youtube protagonizado por Christian Felber, que propone un camino, una forma concreta de empezar a dar pasos en esta dirección. La propuesta es una de tantas, muchas de las cuales tienen éxito y seguidores, y montones de personas anónimas comienzan a trabajar para la transformación social. 

El mercado social de Madrid, la cooperativa integral catalana, la banca ética, los grupos autogestionados de consumo y el auge de la alimentación agroecológica, la teoría del decrecimiento, los pueblos en transición, la plataforma Stop Desahucios, la soberanía alimentaria, la moda sostenible, la defensa de la sanidad, la marea verde, la primera marea en lucha por una educación pública de calidad, la plataforma juventud sin futuro, los parados en movimiento, los escraches, el foro social mundial, economía Sol y sus charlas en El Retiro, la oficina de desobediencia económica, la plataforma por la auditoría de la deuda, que cuando empezaron no eran más que unos pocos antisistema y ahora hasta los más conservadores hablan de ello como si lo hubieran inventado; la iniciativa no nos vamos, nos echan, el frente cívico o las diferentes formas de cooperativismo son sólo unos pocos ejemplos de los cientos surgidos, resurgidos o reforzados desde entonces. 

Aquí nos centraremos en un ejemplo, un grupo de personas que se dejan contagiar por el entusiasmo realista de Christian Felber y comienzan a crear en España un movimiento para el fomento de la Economía del Bien Común. El 21 de noviembre de 2013, dos años después de la aparición del vídeo en internet y sólo año y medio tras la publicación del libro “La Economía del Bien Común”, se crea formalmente en Vitoria la Asociación Federal para el Fomento de la Economía del Bien Común en España. 

Pero ¿Qué es la Economía del Bien Común (EBC)?, ¿qué tiene una teoría económica para movilizar a tanta gente?, ¿cómo un vídeo de catorce minutos puede entusiasmar y crear un voluntariado estable en 15 países , además de conseguir el apoyo de empresas, municipios, instituciones, universidades y colectivos? En mayo de 2012, se publicó el libro de Christian Felber en español. La idea fundamental es común a otras teorías económicas y políticas: “La economía necesita alinearse con los valores humanos”, titula un periódico su entrevista al autor. “Queremos una economía basada en las personas”, dicen muchos políticos que intuyen la deriva deshumanizada del sistema actual. Y ahora viene la verdadera pregunta: ¿cómo lo hacemos? 

Felber se molesta en analizar cuáles son esos valores humanos que hacen florecer nuestras relaciones. En cada una de sus charlas pregunta a los asistentes qué valores son fundamentales y positivos en su vida, y en cada rincón del mundo las respuestas son similares. La sociología, la ética, la filosofía estudian estos valores comunes a todos los humanos. La clave está en desfragmentar estas ciencias, incluso, como dice Christian Felber, en “dejar que los no economistas se ocupen de la economía”. 

Hay varias claves que hacen original la Economía del Bien Común. He aquí algunas de ellas. 

1. En primer lugar el cambio económico propuesto no parte de las instituciones. No se trata de derrocar un gobierno y modificar la legislación para cambiar las cosas. El plan consiste en reformar primero a las personas, empresas, municipios…, y a partir de ahí conseguir un cambio legislativo. Pirámide hoja de ruta de la transformación hacia el Bien Común 

2. En ese mismo sentido, la EBC pone el acento en la microeconomía, en concreto la transformación propuesta es fundamentalmente la de las empresas. La clave es conseguir que las unidades económicas varíen su finalidad. Como decíamos el cambio viene de abajo a arriba, pero la unidad fundamental, la que realmente tiene la llave, es la empresa. 

3. Propone un instrumento nuevo de medición de la verdadera finalidad de las empresas y los estados, que sustituya al balance financiero en lo micro y al Producto Interior Bruto en la macroeconomía. En esta sociedad monetizada nos cuesta valorar aquello que no sabemos medir, nuestra mente necesita simplificar. Para ello Christian Felber aporta el Balance del Bien Común, una matriz capaz de organizar, valorar y comparar la contribución de cada unidad económica al bienestar social. Quizás este instrumento sólo sea necesario de manera transitoria, es posible que más adelante, en un nuevo contexto no sea necesario convertir en número todo lo importante. 

A la vez la EBC se alinea otras corrientes: 

4. Al igual que otras teorías microeconómicas del momento, como la economía social y colaborativa o los movimientos we-share, o creative common, desactiva la verdad inamovible del darwinismo económico y cuestiona el principio de Adam Smith sobre el máximo beneficio y la competencia, apostando por la cooperación y el bien común. 

5. Aboga por preguntar a los ciudadanos si creen que se debe limitar el salario máximo. Se propone que se pregunte el número de veces que creen que el salario máximo debe superar al mínimo. 

6. Se plantea limitar también el patrimonio privado y la herencia en una cantidad decidida democráticamente por el pueblo soberano. Las limitaciones deben ser el resultado de un debate verdaderamente democrático, y en un principio se propone que afecten a un porcentaje muy pequeño de la población, es decir, por ejemplo si se limita el patrimonio a diez millones de euros, esta limitación afecta a un porcentaje pequeñísimo de los ciudadanos, y los afectados podrán seguir disfrutando de muchos más dinero del que serán capaces de dilapidar en toda una vida de lujos.

7. Limitación del uso del superávit en las empresas. Eliminación del reparto de beneficios entre propietarios que no trabajen en la empresa (como dividendos), no se permitirán tampoco inversiones financieras ni donaciones a partidos políticos. “Las empresas deben obtener sus ingresos solamente a través de los productos que fabrican o los servicios que prestan.” 

8. Propone la eliminación de la especulación, la bolsa de valores, y las ganancias basadas en apuestas.

9. El dinero debe estar en manos de una banca democrática que base sus beneficios en el bien común y que elimine de sus arcas los frutos de la especulación. 

10. El desarrollo de una verdadera democracia participativa, no sólo en cada uno de los estamentos públicos, sino también en las empresas y entidades privadas.