viernes, 10 de mayo de 2013

EL DÍA QUE NUNCA ACABÓ




Normalmente los organismos maduran poco a poco, pero a veces lo hacen a través de un episodio traumático. Ese fue nuestro caso. Aquel 15 de mayo de 2011 perdimos la inocencia como organismo social. Dejamos definitivamente de confiar en las soluciones desde arriba.

A partir de entonces empezamos a probar diferentes caminos. Dentro y fuera del sistema. A través de las elecciones, de la movilización social, de la presión en la calle, de la concienciación en las redes y en las plazas, de la información. Todo era necesario pero muchas veces tuvimos la sensación de que nada funcionaba.

La economía social, el comercio justo, la banca ética, la moda sostenible, los grupos autogestionados de consumo o GAKs y el auge de la alimentación agroecológica, la teoría del decrecimiento, los pueblos en transición, la plataforma Stop Desahucios, la democracia participativa, la soberanía alimentaria, la protesta social y la defensa de la sanidad, con la mayor huelga conocida de todo el sistema sanitario, la marea verde, la primera marea, en lucha por una educación pública de calidad, la juventud sin futuro, la plataforma por la auditoría de la deuda, que cuando empezaron no eran más que unos pocos antisistema y ya hasta los más conservadores hablan de ello como si lo hubieran inventado; la Economía del Bien Común, los que se unen para salvar la hospitalidad, la iniciativa “no nos vamos, nos echan”, los parados en movimiento, los escraches, el foro social mundial, economía Sol y sus charlas en el retiro, la oficina de desobediencia económica, el frente cívico o las diferentes formas de cooperativismo son sólo unos pocos ejemplos de los cientos surgidos, resurgidos o reforzados desde entonces.

Cada uno hemos ido recorriendo uno o varios senderos, cada uno nos hemos ido arrimando al proyecto que más nos motiva, hemos buscado nuevas formas de información más fiables que las oficiales, nos hemos acostumbrado a reunirnos, manifestarnos, a acudir o incluso a impartir charlas, a trabajar de manera voluntaria como parte de la aportación a la sociedad, a ocupar y compartir espacios comunes. Hemos empezado a participar en nuestra propia transformación.

A la vez el mundo que conocíamos se está desmoronando. El sistema está arrebatándonos derechos a un ritmo suicida. Y tenemos la sensación de que no podemos pararlo.

El sistema desaparece a la vez que nosotros inventamos otro. Lo hacemos por necesidad, por instinto, “como el niño juega sin saber que juega”, que diría Eduardo Galeano. Pero lo estamos haciendo bien. Gracias a aquel día en que maduramos a la fuerza, e intuimos que teníamos que empezar a independizarnos del sistema que hasta entonces nos había tutelado.

Somos un nuevo orden incipiente, inmaduro e inconcluso. Pero "somos" en plural, y lo sabemos; ya no estamos solos. Nos equivocamos continuamente y nos sentimos frustrados; estamos aprendiendo.

Muchos no lo saben aún. Pero si hay un futuro, es nuestro.

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