martes, 9 de octubre de 2012

SALVEMOS A ERÉNDIRA




SALVEMOS A ERÉNDIRA
Con el agradecimiento a Carlos Berzosa, que relacionó tan acertadamente el cuento de García Márquez “la increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada” con el panorama actual.




La cándida Eréndira lavaba el cuerpo enorme de su abuela en agua perfumada por un caldo de hierbas aromáticas que preparaba cada día. Cuidaba la casa, cocinaba y limpiaba para ella sin un minuto de descanso, sin una pausa para el placer o el juego, incluso antes de la desgracia. Hay criaturas que nacen deudoras o se convierten en víctimas apenas nacer. No hay justicia para ellas, ni siquiera la buscan, ni siquiera creen en la posibilidad de ser libres. Son esclavas del delito de nacer, como Segismundo.

Hay países, y con ellos los seres que nacen y viven dentro de ellos, que llevan años en el papel de deudores, de esclavos, de víctimas de sus acreedores. Zimbabue, Somalia o Nicaragua acumulan una deuda externa que les obliga a entregar su riqueza antes de dar de comer a sus niños, antes de atender a sus enfermos; antes, mucho antes de preocuparse de sus discapacitados.

Hasta ahora, la lógica perversa del sistema, sólo había esclavizado a países pobres, países que se situaban fuera del entorno europeo, lejos de la frontera mejicana, al sur de de la valla de Melilla. Jamás pensamos que esa valla pudiera desplazarse hacia el norte, muchos siguen sin creerlo. “España no es Uganda”, “España no es Grecia”, “España es Europa” nos repiten, nos repetimos.

Y sin embargo basta con acercar la lupa a nuestros pequeños detalles, basta con comparar las exigencias de la Troika con las dictadas hace unas décadas por el FMI a los países africanos y latinos ahora esclavizados para deducir que nuestro camino es el de la cándida Eréndira. Nuestra historia está escrita.

Fuimos Europa, es cierto, y eso hará más duro nuestro calvario, porque conocimos la bonanza de un estado con Seguridad Social universal y pensiones para todos. Porque pudimos estudiar en la universidad. Y esa es a la vez nuestra única fuerza, la única ventana, la luz que puede salvarnos.

Si la pequeña Eréndira hubiera conocido otro destino, si hubiera vivido libre, quizás no hubiera aceptado su desdicha. Y si se hubiera negado a humillarse y prostituirse cada día, la historia habría sido otra. Sólo con su complicidad podríamos salvarla, pero para eso tendría que saberse con derecho a no pagar, y capaz de sobrevivir sin su abuela.

Todos comprendemos en el caso de Eréndira que la justicia pasa por liberar a la víctima y olvidar el pasado, que no siempre las deudas deben pagarse, que cuando el deudor se ha convertido en esclavo debido a la avaricia despiadada de su acreedor, lo justo es no pagar. García Márquez lo deja tan claro que nadie defendería a la desalmada abuela ni su derecho a cobrar.

Nuestros dirigentes se han mostrado en su mayoría incapaces de enfrentarse a los opresores. No sabemos con qué amenazas o promesas les compran o qué fiebre les impide comprender que es necesario romper estas reglas, desencadenarnos de los mercados, escapar de esta lógica. Quizás desde el poder sea más difícil visualizar la evidencia. O puede que sea necesario mucho coraje para hacer algo que no se espera de nosotros, para inventar un rumbo no escrito.

Parece claro que es el pueblo el que ahora posee la lucidez, es el pueblo el que está tomando las riendas, mostrando el camino.

Los poderosos nos exigen además que les diseñemos alternativas. Y lo hacemos. Hay grandes economistas explicando las diferentes opciones. Pero si alguien pretendiera liberar a Eréndira no se lo impediríamos con la exigencia previa de una hoja de ruta para el mañana, con el argumento de que no hay otro futuro posible para la niña. El fin es la justicia en sí misma; no se puede admitir una situación de evidente abuso con la excusa de que no hay otra opción.

Leamos todos el cuento de García Márquez, aprendamos del enorme maestro, pero busquemos el modo de cambiar la historia:

¡Salvemos a Eréndira!.